jueves, 24 de noviembre de 2011

La flaca

¿Cómo olvidarme de la flaca? Hermosa ella, con el tibio sol de marzo enarbolando su cuerpo y el pícaro viento susurrándole vida y luz a sus ojos. La conocí hace una eternidad, más o menos. No me gusta obsesionarme con detalles. De todas formas, esa es la sensación que a mí me deja. Días inocentes y de inocencia ella sabía mucho. Allí se escondía con mucha inteligencia, caminando con agradable timidez por las calles de Buenos Aires, revoleando de aquí para allá sus piernas que nunca se acababan.

Sí, sus piernas. No me olvido de sus piernas. Recuerdo que la flaca no andaba con polleras al principio. Era parca la flaca, un poco caprichosa. Y sí, la muy burguesa atravesaba sus primeros días de rebelión, y si te agarraba mal parado te insultaba, o peor, te escupía. Qué linda la flaca. Le importaba todo un carajo, y si te tenía que decir que eras un imbécil te lo decía. Y no le gustaba mostrar sus piernas. Era parca y tímida, al menos en esos tiempos.

Así la conocí a la flaca. No era mujer de muchas palabras, ni de sentimientos exagerados; simplemente era la flaca. Normalmente con vestidos floridos hasta las rodillas y un divertido flequillito que no le pasaba las cejas. Ojos marrones muy intensos los de la flaca. Había que tener las cosas muy claras para sostenerle la mirada, o todo lo contrario. Y eso era increíble. Pasábamos horas mirándonos, a ver quién desviaba primero la vista, ahogado en un mar de vergüenza no por el desafío emprendido, sino por la guerra perdida. Y casi siempre perdía ella, y ahí se sonrojaba la flaca. Y yo disimulaba, pero me mataba. La carita de la flaca era preciosa, y más cuando se ruborizaba; ahí no había qué hacer, salvo besarla.

Sus besos no me los olvido nunca. Te agarraba fuerte la cabeza, te tiraba del pelo y te mordía los labios. Así te mostraba su poder, te decía con los ojos quién mandaba y ejercía su soberanía sobre vos con un beso. Y conmigo casi que lo lograba, muy a menudo. Te empujaba contra una silla, la cama, el piso, la pared, o la mesa de la cocina. No le importaba nada. Ella te sujetaba fuerte de los hombros, y se abría de piernas arriba tuyo y te gobernaba. Y yo me dejaba, le hacía creer que me gobernaba, pero no. Era un juego divertido con la flaca.

Y cómo hacía el amor la flaca. Nunca tuve una mujer igual en mi vida. Ella era tímida en general, pero con el hombre que amaba, amaba. Amaba amar, amaba amando, amando amaba, y amando amaba amar aun más, y dios, si eso no era amar, no sé qué lo era.

Te mordía, te pellizcaba, te chupaba y te acariciaba. Y así sucesivamente. La flaca era única. Era muy sexual,  y era divina. Hacer el amor con la flaca era volar por todo el mundo, y caer en picada y estrellarse contra el piso y flotar. Flotar pegado contra el cuerpo transpirado de la flaca, que era todavía más hermoso. Era la imagen de una mujer al descubierto, natural, pura. Lo más lindo de la flaca desnuda era que no le importaba. Se quedaba así, horas, jugando, leyendo o haciéndote el amor de vuelta. Era puta la flaca, la mujer más apasionada que tuve.

Me acuerdo mucho de la flaca. ¿Vos te olvidarías de una mujer así? Pasa que como la flaca, no existen, hay una sola para cada uno, como mucho. Y tenés que estar atento, porque te pasan por adelante y no las ves. Yo a la flaca, en cambio la vi. Por suerte.

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