martes, 23 de agosto de 2011

El juego de los amores absurdos



En realidad, la conexión entre ellos no se había vuelto abstracta con el correr del calendario. Todo lo contrario; lo había sido desde un comienzo.

Provocáronse mutuamente, eternos ellos solos, en aquel juego interminable de deseos y amenazas.

Un milímetro de distancia entre piel y piel fue la medida justa que (ella) eligió para llevar a cabo eso que sin dudas (él) llamó, “un experimento”.

Provocáronse hasta el extremo y a éste último lo desafiaron, relativizaron su peligro  y de él se mofaron. Pero siempre cuidándose en la última línea; esa que en definitiva, los pondría livianos de ropa y el uno contra el otro.

Juguetearon con sus cuerpos pero sin tocarlos. Desearon los labios vecinos con fervor, pero no los estrecharon.

Provocáronse infinitas veces hasta casi caer en la enorme tentación que su juego proponía.

Caminaron desnudos, pero no se tomaron de la mano. Se tomaron de la mano, pero no se desvistieron. Se desearon siempre, ayer y ahora, pero no se desearon.

Provocáronse casi con violencia, con lujuria en sus ojos y lascivia en sus palabras.

Danzaron en círculos agitando telas. Chocaron fuerte dos copas y bebieron de su propia sangre.

Provocáronse como nadie más lo había hecho. Y tanto se provocaron, que al final de aquel día, se sintieron agotados. Tanta provocación los dejó exhaustos, y aburridos y cansados, se marcharon cada uno por su cuenta, a provocar a otro lado.

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