Coriendo muroco povaapo

Allí sucumbe un pensador, hondo en su propio pensamiento, tras pensar y repensar, solo o en conjunto, aunque más bien solo, acerca de su propia manifestación inconsciente.

Pasado, presente y futuro.

Nuestro erudito pensador racionaliza, racionaliza inclusive más allá de los límites de la razón, lugar ubicuo, abstracto. Tierras de nadie, obtenidas durante una reñida batalla en la que la regla fue ridículamente vencida.

Y allí por lo tanto la razón carece de lógica, la lógica carece de sentido, y todo aquello que produce sentido significa la totalidad de la nada.

Y allí sucumbe un pensador. La tentación y la sensualidad de aquellas tierras de nadie, olvidadas tiempo atrás, ahora pierden una segunda batalla ante la seguridad, el cobije y la comodidad de la razón.

El magnánimo pensador exhala miedo. Millones y millones de partículas de temor.

Sus sueños aparecen vívidos, demasiado claros para su gusto. 

Y cuando quiso darse cuenta, todos sus sueños aparecieron unidos maquiavélicamente en un perfecto raport.

Una película de su vida. El proyector comienza a rodar las imágenes todas las noches en su cabeza, y el pensador casi puede contar los veinticuatro fotogramas que se suceden segundo a segundo.

Y allí sucumbe un pensador, ante amaneceres cada vez más claros, y le da terror.

Cada mañana el pensador deja una porción de su humanidad en algún lugar. No sabe dónde, pero sabe al menos que es una fracción ya sin vida.

Y así, poco a poco el pensador construye barrotes de un material indestructible, tramando sutilmente su eterno encierro.

Contra el vértice que se forma entre aquellas dos paredes, el pensador esconde su cabeza entre sus piernas. No se atreve a levantar la mirada.

Y allí sucumbe un pensador.